miércoles, junio 9

El estudioso de la gordura

Jaime Pajuelo
Un nutricionista que cambió de trabajo


Hasta hace unos años este médico dedicó sus esfuerzos al urgente tema de la desnutrición en el Perú, un país que sabe comer, aunque siempre está con hambre. Pero un día se dio cuenta de que nadie hacía caso al creciente número de obesos. Algunos casos recientes le dan la razón.


DAVID HIDALGO VEGA
FOTOS: NANCY CHAPELL

El doctor Jaime Pajuelo experimentó la metamorfosis de su oficio hace cosa de siete años. Alguna vez estuvo entregado a estudiar los estragos de la mala alimentación en los peruanos, como correspondía a cualquier nutricionista en este país de hambres perpetuas. A mediados de los años setenta dirigió la primera Evaluación Nutricional del Poblador Peruano (ENPPE), solo para confirmar que en este país de buena sazón muchos no tienen qué comer. Pero un día empezó a fijarse en esa información de las encuestas que nadie tomaba en cuenta: el número de personas obesas, sus hábitos alimentarios, sus problemas de salud. Parecía una revancha irónica típica del tercer mundo: el hambre relegaba a la gordura en el interés de los científicos peruanos. Y Pajuelo optó por cambiar de bando.
“¿Sabe usted que ciertos niños son obesos, desnutridos y anémicos al mismo tiempo?”, pregunta como para buscar la sorpresa de quien lo escucha. En el tiempo que lleva estudiando la obesidad ha llegado a disfrutar extrayendo conclusiones de sus estudios. Su escritorio suele estar lleno de informes estadísticos con títulos indescifrables: “Promedio y desvío estándar del pliegue tricipital” o “Valores percentilares de circunferencia de cintura” o, todavía peor, “Niveles de regresión lineal (r2) del índice de masa corporal con el peso y la talla”. Podrían ser las descripciones técnicas de la trayectoria o la estructura de un cohete espacial, salvo por las palabras claves: cintura, peso, talla.
“La gente cree que al ser un país pobre no tenemos un problema con la obesidad. Pero eso parte de relacionar, de manera errónea, pobreza con desnutrición”, afirma. Los que tienen menos consumen lo que más llena, no lo que realmente necesitan. Es un razonamiento que sostiene con frecuencia. Una prueba es que existe una relación inversa en esto de comer bien o mal: la obesidad está más presente en niños ricos que en niños pobres, pero la situación cambia con los adultos, que presentan más tendencia a la gordura a medida que bajan sus ingresos económicos. Los gimnasios no están al alcance de todos.
Pajuelo es un tipo flaco obsesionado con la gordura. El año pasado ganó un concurso de proyectos de investigación de la Universidad de San Marcos con un estudio de la resistencia a la insulina en adolescentes obesos de Lima. Y este año ganó otro concurso para realizar el estudio de “Homosisteina y vitamina B12 y ácido fólico en mujeres obesas”. No lo mueve la voracidad económica de las clínicas de estética, sino una vocación para documentar lo que no se sabe de lo que “será la pandemia del siglo XXI”.
Tiempo atrás recorrió los 14 distritos más pobres del Perú en busca de información para evaluar. “Me sorprendió ver niños gorditos en Huancavelica, en Cerro de Pasco, en los pueblos más pobres. Esas cosas lo marcan a uno”, afirma. Sus recorridos le han permitido establecer que el departamento donde existen más niños obesos es Tacna, con 45% de casos entre seis y catorce años. O que en las zonas más deprimidas del país hay hasta un 49% de niños con retardo del crecimiento –el síntoma ineludible de la desnutrición– mientras que un tercio de los niños con crecimiento normal son obesos.
Lima puede ser un termómetro de la gordura nacional. El doctor Pajuelo suele recorrer escuelas públicas y privadas para llevar un control de los casos de obesidad. Hace poco realizó una evaluación de la lonchera promedio en una escuela de Barrios Altos. Según los resultados, cada lonchera contenía unas 800 calorías. “Si se tiene en cuenta que la alimentación de un escolar de 6 a 14 años debe estar los por 1.800 calorías diarias, estamos hablando de que solo en el refrigerio ya va consumiendo un cuarenta por ciento”, calcula. Al agregar el almuerzo, la comida y demás antojos, aparece una causa ineludible de obesidad. Por desgracia, opina, nadie lleva al médico a un niño solo porque lo ve gordo.
“El problema es que la gente no toma conciencia de que esto es una enfermedad crónica, que refleja un trastorno de los hábitos alimenticios”, dice.
A su consultorio del Hospital Dos de Mayo llegan desde personas que quieren una dieta económica y efectiva para estar a la moda, como gente que no reconoce su problema. Y si algo le queda claro en este tiempo es que tratar un paciente obeso puede ser tan difícil como rehabilitar a un adicto a las drogas o a un alcohólico. La mandíbula tiene abstinencias igual de irresistibles. En cierta ocasión, una de sus pacientes reincidentes se quejó de no entender las razones de su obesidad. “Dijo que hasta el aire la engordaba”, sonríe Pajuelo.
Este estudioso de la gordura no se ha hecho rico a pesar de que la obesidad es un negocio redondo. En lugar de poner una clínica privada para bajar de peso, lleva dieciocho años en el sistema de salud pública y la investigación universitaria. “Me parecería desleal conmigo mismo. Pasarme al lado comercial sería traicionarme”, comenta desde su modesto escritorio.
Casi podría decirse que su único apetito es la investigación. Ni siquiera sus tres hijas lograr arrancarle recetas milagrosas en las que no cree. “Yo solo digo dos, tres, hasta cuatro veces. Si no me hacen caso con lo que explico, lo siento”, afirma. Por ahora sus advertencias van hacia la opinión pública y las autoridades. El año pasado publicó un libro llamado “La obesidad infantil en el Perú”, donde señala que ese problema de pesos desbordados va camino a ponerse más pesado aun. Es otro asunto de masas para preocuparse.


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Milagros Rodríguez: La niña que pesa demasiado

Tiene solo seis años y ya pesa tanto como su madre, de veinticinco. La niña puneña Milagros Rodríguez Colque es obesa a pesar de sus circunstancias: ha crecido a razón de diez kilos por año aunque su madre ha pasado ese mismo tiempo lavando ropa para sobrevivir. Ya durante el embarazo los doctores advirtieron que venía con sobrepeso, detalle que fue confirmado en su ficha de nacimiento: tres kilos novecientos gramos. Ahora bordea los 63 kilos. Es la confirmación de las advertencias hechas por el estudioso de la gordura.
–Los médicos me dicen que ella no puede permanecer así, en cualquier momento puede darle un ataque cardiaco– dice, aterrada, Silvia Colque, la madre.
La niña se ha desarrollado de un modo voraz. A los cuatro meses de nacida había subido a diez kilos 500 gramos de peso. Los médicos que la atendieron en ese momento dieron una explicación inquietante: la leche materna de Silvia era demasiado grasa y espesa. Debía quitarle la lactancia y darle otro tipo de dieta. Para una mujer que luchaba por alimentarse a diario, era una condena. Una lavandera no está para dietas: la escasez la llevó a continuar dándole pecho hasta los ocho meses.
Con el tiempo, el apetito de la niña se desquició. Llegaba a pedir de cinco a siete tazas de avena en el desayuno, más el almuerzo del mediodía, más una merienda a eso de las tres de la tarde, que su Silvia trataba de distraer con juegos hasta la noche, antes de prepararla para dormir. Era lo que podía hacer desde su precariedad de madre soltera. Ver crecer a su hija así empezó a tener su lado oscuro: por las noches, Milagros se agitaba demasiado, al punto que debía dormir sentada o echada de costado. De otro modo, se ahogaba.
“Me dio tanto miedo que busqué ayuda. Mandé cartas al alcalde, a la asociación de damas del municipio, pero nada. Alguien me sugirió escribirle a los congresistas de Puno”, recuerda. La parlamentaria Paulina Arpasi pagó sus pasajes para venir, el legislador Jhony Lescano les consiguió un albergue en San Martín de Porres donde quedarse.
Los problemas le han caído en carrusel. Lo que en principio era una infección urinaria se complicó al detectársele que sólo tenía un riñón. Hace poco le pronosticaron posibles complicaciones con la diabetes si no baja de peso. Todavía le quedan por delante una serie de exámenes: cardiología, urología, nefrología, genética y oftalmología.
–Yo no tengo dinero. Al menos en Puno podía trabajar lavando ropa, pero ahora debo cuidar a mi hija.
Hasta hace un año Silvia era capaz de cargar a su hija de 54 kilos de peso hasta donde le hubieran dado trabajo. Ahora le es casi imposible. Lo que sí carga, con estoicismo de madre, es la angustia de conseguir la ayuda que la pequeña necesita. Quitarse ese peso de encima es su única ilusión.