lunes, julio 5

La casa que se desmoronó

LOS SIN TECHO
HISTORIAS DETRAS DE UN DERRUMBE


A inicios de semana otra casona del Centro de Lima cedió al deterioro. Seis personas salvaron de morir, pero cinco familias quedaron en la calle. Tras la noticia hay un drama que recién empieza. Alguien debería darles una mano ante este inesperado desahucio

DAVID HIDALGO VEGA

En el interior de una casona donde no llega el tráfico de Lima están los últimos damnificados de ese terremoto a plazos que carcome la ciudad. Otro derrumbe más, han titulado los periódicos. Otro grupo de familias en la calle, dijeron los noticiarios de la noche. Si el casco antiguo de Lima fuera una dentadura, esta sería una ciudad casi desmolada. La escena de ahora es polvorienta y gris: una mujer recoge los artefactos de ese montículo de escombros que fue su casa, media docena de hombres y mujeres conversa sin prisas en el patio resquebrajado, dos adolescentes descansan bajo las carpas azules de emergencia. "Hace horas que estamos declarando", se queja uno de los muchachos. Es la fama fugaz de las calamidades. La que empezó a morir justo el instante después de que se dio por conocida.

La casona es ahora un montículo sometido a una excavación casi arqueológica de la que salen varios artefactos: vasijas, sartenes, ollas, ropa vieja más avejentada todavía. Esto de las casas derrumbadas es siempre así. En los días siguientes se habrá despejado los escombros y el lugar quedará como otra caries gigantesca en la ciudad. Los vecinos de las partes que se salvaron de caer volverán a su miedo cotidiano, a convivir con las rajaduras y los crujidos de los techos y el traquetear de las escaleras y a ir quitando uno a uno todos los muebles, como doña Nélida Ugaz, que de tanto seguir esta precaución ahora tiene solo un colchón en el cuarto vacío donde vive con su hijo. Una silla más podría vencer la resistencia de ese segundo piso. "Por las noches siento como que las paredes se me vinieran encima", dice la mujer que, para colmo de infortunios, está por perder la vista. Ya es un milagro que supere las escaleras para llegar a su cuarto. Su gesto luce el desabrigo de quien necesita que le apuntalen el alma.

VIDA ROTA

Suele suceder que los derrumbes físicos acarreen otros terremotos interiores. El de esta casona ha desguarnecido a María Alicia Salinas. "Está sola, sus padres han fallecido y no tiene a nadie en esta vida", dice una vecina. Ella asiente, como si hablaran de una tercera persona. Hasta hace poco vivió en casa de unos familiares en el Callao, pero no la trataron bien. Un día se mandaron mudar y la dejaron sola. María Alicia regresó a la casona donde vivió en su juventud y pidió que la acogieran de nuevo. Desde entonces habitó un cobertizo derruido donde ocho años atrás ocurrió un primer derrumbe. Era el lugar donde nadie quería vivir, el último habitante lo abandonó en cuanto pudo, pero ella, una mujer sin casa, lo adoptó como refugio. "Ahora ya no tengo ni eso, no sé dónde voy a vivir", se pregunta la mujer. La tristeza es que ahora duerme a la intemperie porque ya no queda espacio en las carpas de emergencia. Es la damnificada entre los damnificados.

Las casonas como estas suelen padecer un deterioro parecido al Alzheimer que devora las memorias humanas: primero se pierden las partes más antiguas, que a menudo son las más entrañables; luego las no tan antiguas, que corresponden a recuerdos útiles; y finalmente las zonas nuevas, que para entonces ya son elementos inconexos de un rompecabezas incompleto. Alguien ha recordado que aquí funcionó un colegio, luego una pensión para jóvenes universitarios y más tarde un conjunto multifamiliar. La gente tiene memoria de dos derrumbes antiguos y varias fiestas pro fondos para reparar tal o cual pared. Pero cuarenta años de recuerdos están ahora por los suelos, hechos desmonte, polvo cualquiera.

El detalle inquietante es que estos descalabros siempre están allí, a la vista de todo el mundo, o quizás convendría decir, tan predecibles como la ceguera al final de las cataratas. La noche del derrumbe, Elba Carcausto, la más antigua de las vecinas, llegó a su casa y tuvo un mal presentimiento. En el piso de su cuarto había algo de tierra caída del techo. Solo por temor se regresó a dormir al puesto de ropa donde trabaja y fue desde ese lugar que oyó el ruido de sirenas que le confirmó la fatalidad. "Cuando llegué ya estaba todo caído", dice frente al panorama desolado de lo que fue su hogar. No tiene hijos, no tiene esposo. Ahora ya no tiene espacio para estar sola. "Quedarme sin casa es lo más difícil que me ha tocado vivir. ¿Dónde voy a ir? No sé, alguien me ayudará", comenta. Ella no piensa pedir ayuda a su familia porque, es sabido, nadie está para recibir más carga de la que puede llevar.

SE BUSCA HOGAR

Todavía les resulta extraño el saberse gente sin casa. Las carpas han paliado el efecto, pero no será por mucho tiempo. El agujero de lo que eran sus viviendas ha sido declarado en estado ruinoso, de modo que ellos son ahora habitantes de lo inhabitable. Doña Isabel Montesinos, cuya única fortuna es no tener parentesco con el creador de un imperio corrupto, reclama una ayuda con el rótulo de a quien corresponda: "Las autoridades no pueden dejar que quedemos en la calle". Pero las soluciones son una lotería. Un préstamo sería imposible: su único ingreso es el puesto de papitas sancochadas que tenía fuera de la casona. Un donativo, poco probable. Una reconstrucción, casi una promesa rota.

Pocos metros más allá, Lima exhibe algunas de sus joyas monumentales: el Palacio de Justicia, el Centro Cívico, hasta un hotel de lujo. Esta ha sido otra casa derrumbada y pronto su notoriedad sufrirá la misma suerte. "Muchos tienen miedo, quedarse aquí tampoco es la solución. En cualquier momento cae otra parte de la casa", dice Simón Quispe, el vecino que hace un mes salió del barrio por ese mismo temor. Hoy, que llegó a conocer la situación de sus antiguos vecinos, confirma su acierto con un gesto de alivio. "Tuve suerte", sonríe.

Los que no tienen suerte se las arreglan como pueden. El último derrumbe dejó seis heridos, pero nadie grave. La próxima caída podría no ocurrir con tanta suerte. El lugar es una contradicción grotesca: la única casa que tienen es también una trampa. No se pueden ir pero tampoco pueden quedarse. Tampoco tienen a quién recurrir. El momento de la noticia fue su única tribuna pero ya han vuelto al anonimato. Atrapados sin grilletes, detenidos sin rejas. Quedarse al aire libre es una forma de prisión. La cárcel del desahucio.

2 Comments:

Blogger Onophrius said...

me encantó. J.

6 de julio de 2004, 8:12 p.m.  
Blogger Onophrius said...

oe ya estamos a doce y esto todavía no se actualiza J.

12 de julio de 2004, 8:38 p.m.  

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