lunes, julio 18

En el patio de sus lamentos

EXPEDIENTES. Benedicta Ccanchi Espinoza luchó duramte ocho meses por salvar a su esposo enfermo del corazón. Necesitaba 10 mil dólares para operarlo. Un día salió a pedir ayuda y al regresar le informaron que había muerto. Otra historia de pobreza fatal en el Perú

David Hidalgo Vega

La biografía de la tristeza tendría que llevar su nombre. Tendría que decir algo así como: "Benedicta: Una vida que se precipita". O tal vez peor: "Historia de una mujer en el abismo". Mientras caminamos por el jirón de la Unión, sus palabras trazan ese retrato un golpe tras otro, su voz suena exánime. Hemos salido unos momentos del patio del hospital Dos de Mayo, donde su esposo, Romualdo Vera, agoniza sin que ella lo sepa bien. Ha pasado los últimos tres días en las bancas de espera, atenta a pedidos de medicinas que ya no puede comprar. Sus paisanos le han llevado fruta de vez en cuando, pero ella, lo sabré luego, se ha desmayado de hambre varias veces. Nos sentamos en un restaurante.
-El médico me ha dicho que si tuviera dinero, podría llevarme a mi esposo a una clínica -cuenta-. En dos semanas estaríamos en nuestra casa, me ha dicho.
-¿Cuánto cuesta la operación?
-Diez mil 800 dólares. Pero la clínica cobra treinta mil.
Benedicta Ccanchi Espinoza tiene 37 años, aunque debe llevar encima el peso de tres vidas. A mediados del año pasado su esposo empezó a resfriarse con frecuencia. En noviembre ya no pudo mantenerse en pie. En una clínica de Sicuani le dijeron que tenía un problema en el corazón. Solo en análisis y tratamientos Benedicta gastó sus ahorros de dos años que no llegaban a 900 soles. Vendió sus dos vacas, sus chanchos, algunas gallinas. Tuvo que hipotecar su casa en mil 500 soles a una profesora de un pueblo cercano. No le queda nada. Realmente nada.
ESPERANZA
Pasamos por la Iglesia de la Merced. En la portada de piedra hay un par de indigentes en hora de ruegos, vendedoras de estampitas, feligreses. Benedicta se persigna. Al menos los rezos son gratis. Todo lo demás es inalcanzable para ella. Un paisano le ha permitido alojarse en la caseta de triplay que alquila en alguna azotea de Lima. Otros se han ofrecido a pasar la noche en el hospital para que el frío y el cansancio no la devoren. Todavía le queda la solidaridad de lo precario.
A Benedicta la quiere todo Karhui, su comunidad, una villa de sobrevivientes a tres horas y media del Cusco. La quieren porque ha ayudado mucho. Hace tres años ella gestionó la entrega de DNI para 150 de sus paisanos, algunos de los cuales no figuraban en ningún registro oficial. Organizó a las mujeres para tejer prendas que ahora venden en una feria dominical. Logró que un banco abriera cuentas de ahorro para quienes quisieran juntar dos soles al mes. Pero los frutos son incipientes: algunos apenas llegan a los cuarenta soles. Con suerte juntarán cuatrocientos en los próximos cuatro años. No pudieron ayudarla demasiado porque finalmente son tan pobres como ella.
Todo lo que pudo traer fueron pedidos escritos de ayuda. Tiene una carta firmada por el gobernador, el teniente alcalde, el comisario, el fiscal, la enfermera y el técnico de enfermería, el secretario de la asociación de tejedores, el tesorero del comité de regantes, la tesorera de la asociación de artesanas, el ingeniero civil, varios campesinos con rúbrica o huella digital. "Es de condición económica de extrema pobreza", dice el escrito. El párroco de San Miguel de Pitumarca escribe con puño piadoso: "merece cualquier apoyo posible para conseguir una nueva vida".
Alguien le dijo que en Lima sería más fácil. Podría pedir ayuda en los canales de televisión. Tendría cerca al Congreso para buscar a su parlamentario. Pero ningún canal la ha recibido y lo más cerca del poder que ha estado es nuestro paseo por la Plaza de Armas.
-¿Dónde vive el Gobierno?, me pregunta.
Le señalo Palacio. Unos guardias bromean en la esquina de Desamparados.
-¿Tú crees que les puedo pedir ayuda?
-No lo creo-, digo para evitarle un desaire.
Caminamos. Cada cierto tiempo se descompone en gemidos tristes. Le prometo que pronto llegará ayuda. Se tranquiliza. Nunca me voy a perdonar el haberla ilusionado.
DESCONSUELO
La caminata por Lima la ha despejado. Recuerda que tiene a sus padres esperando noticias en el teléfono comunitario.
-No quiero llamarlos para que no se asusten, dice Benedicta.
Presumo que en realidad es para no enterarse de otra desgracia en esta racha que la golpea. Sus padres dependen de ella. Su hermana menor se está quedando ciega y el hermano mayor apenas puede mantener a sus cinco hijos en Arequipa, donde vive. No querrá saber que necesita más fuerzas. Ya no las tiene. La he visto chacchar coca para mantenerse firme, pero ayer tuvo otro de sus desvanecimientos.
Tenemos que regresar al hospital. Pueden estar llamándola para pedir más medicamentos y ella tendrá que salir a comprar con la colecta que le dieron sus paisanos hace pocos días, unos cuantos soles. En la puerta espera alguien que parece ser su sobrino.
-Espérame, papá. Creo que algo ha pasado-, dice Benedicta.
Su marido acaba de fallecer. Entonces sus ojos adquieren una expresión de vegetal sombrío, todo el cansancio de días le cae encima, todas las tensiones, todos los nervios contenidos. Creo que si la impotencia fuera mortal, ella caería en ese mismo instante. Le dan agua, la tranquilizan. En la caseta de espera hay otras tragedias en ciernes. Un hombre llega al borde de la desesperación.
-Señores, el balón de gas acaba de explotar. Mi esposa y mi hija están mal. Por favor, me faltan tres soles para las medicinas.
La gente en espera saca sus monedas. Benedicta abre su monedero y saca dos soles. "Nunca me negaron ayuda, yo tampoco me puedo negar", dice. La colecta suma quince soles. El hombre pide más. Alguien se da cuenta de que todo es mentira. El tipo sale de la caseta, da un nombre falso y se pierde por los pasadizos del hospital. Un silencio estupefacto desanima a los presentes. Benedicta, desde sus lágrimas, no se da cuenta de que ha sido engañada.
La muerte de su esposo se conoce rápido y algunos paisanos de Benedicta se escapan de sus trabajos para verla. Tendrás que pedir el cadáver, le aconsejan. Tendrás que recuperar los pagos adelantados. Tiempo, nos faltó un poco de tiempo. Ahora sería un pecado que volvieras a la nada.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Es una crónica muy conmovedora, David.

22 de noviembre de 2005, 12:49 a.m.  

Publicar un comentario

<< Home