martes, diciembre 21

Una militante del evangelio

ROSARIO RIVERA. Tras una agitada historia de militancia política, en la que recibió preparación militar, experimentó una revelación espiritual que la ha convertido en una activista de la solidaridad. Ahora impulsa comedores para niños pobres en Comas

DAVID HIDALGO VEGA


La primera vez que Rosario Rivera salió a luz en muchos años fue por boca de un gurú. El predicador Luis Palau sorprendió a un auditorio de empresarios con la historia de una mujer que hace años lo había querido atacar cuando daba una conferencia en Lima. Se supone que en el momento de los hechos ella llevaba un arma que no hubiera dudado en vaciarle encima de no ser por intervención de la providencia. Algo la hizo desistir y salir huyendo. Esa noche se convirtió a la religión cristiana y dejó su militancia política. "Ella fue asesora del Che Guevara -dijo el orador, aturdiendo a la platea-. Ahora trabaja en un comedor popular". La mujer estaba en una de las mesas y, de no ser por esas palabras, hubiera pasado por una de las seguidoras humildes que habían llegado al exclusivo encuentro por invitación. Cuando la velada terminó, Rosario desapareció al instante entre la multitud, como si no quisiera ser reconocida.
Días después pude encontrarla en su casa de Comas, una construcción de tres pisos en el terreno que años atrás rodeó a una choza. En la primera planta, rodeando un patio central, hay un dormitorio, un depósito y una cocina que funciona a cielo abierto. Varias mujeres preparan comida en sus ollas para 512 niños de la zona. Esta mañana toca arroz con locro de zapallo. Junto a la habitación hay una oficina de administración, en cuyos estantes puede leerse los registros de varios comedores: "Los niños de Jesús de Nazareth", "Jesús es el Señor del Perú", "Enmanuel", "Aposento Alto", "Año nuevo", "Mirador" y "Los niños del Perú". Un crucifijo en la pared y algunos pósters con mensajes cristianos retratan el espíritu del lugar.
Rosario está vestida de manera casual, de un color celeste que parece al de los trajes de educación física escolar. Está sonriente como el día en que Palau la delató cariñosamente ante el público. Parece una típica madre de comedor popular, ajetreada pero serena. Ella supervisa toda la compañía de mujeres que trabaja en el comedor de la comunidad religiosa a la que pertenece. Ellas le tienen respeto porque tiene una especial capacidad de organizar las cosas y su personalidad es firme. Pero es difícil creer lo que el predicador contó de ella, hasta que la propia Rosario se confiesa: "Es cierto, yo siempre fui una revolucionaria".

EDAD DE PIEDRA
Una de las escenas claves de su historia ocurrió cuando tenía 15 años. Viajaba a Lima llevada por unos familiares cuando el auto se malogró en el camino. Mientras lo arreglaban, Rosario llegó a la comisaría de un pueblo cercano. En el patio del local vio a cuatro obreros encadenados. Los guardias les habían puesto una bandeja de comida hacia el centro del patio y cuando ellos trataban de alcanzarla eran molidos a golpes. No pudo soportar esa visión. Esta es la herida primaria de su conciencia, la primera rajadura de su sensibilidad. Por esos años leyó algunas obras de Arguedas y los ensayos de Mariátegui. Empezó a construirse un sustento teórico a la furia que le producían las injusticias.
"Yo estaba enojada porque sentía que mi padre no había hecho nada. Sentía que yo debía hacer algo", recuerda. El paso trascendental de esa decisión fue su viaje a Cuba, apenas cuatro años después del triunfo de la revolución castrista. Era parte del grupo de latinoamericanos que viajaron a recibir preparación en la llamada "guerra de guerrillas". Allá recibió cursos de manejo de armas, lucha armada y sobrevivencia. Una de las prácticas finales fue pasar ocho días sin alimentos y solo una cantimplora con agua.
Fue en medio de esos entrenamientos que conoció al Che Guevara. "Nos habían trabajado mentalmente, como un lavado de cerebro. No había otro como Fidel, no había otro como el Che. Si uno moría en combate, había hecho algo por la revolución".
Rosario regresó para practicar lo aprendido. Hizo trabajo de organización en sindicatos y movimientos obreros. Cuando el Che Guevara pasó por el Perú camino a Bolivia, Rosario estuvo entre los encargados de darle protección. Recuerda haber llegado hasta Juliaca. Pero a medida que se acercaba la hora de cruzar la frontera, ciertas conspiraciones actuaron en su contra. "Yo le dije que no era el momento y él no lo comprendió", recuerda ella. El Che la arrojó bruscamente de su lado, tal vez imaginando que lo decía de mala fe. "Supongo que por eso sigo viva".
Hay episodios de su vida que no quisiera recordar. Ciertos objetos que la remitían a esos años estuvieron escondidos en su casa hasta que un predicador de su comunidad llegó de visita y detectó vibraciones dolorosas en su casa. Ella disimuló entonces, pero ese mismo día tiró todo donde nunca pudiera ser encontrado. "Muchas veces, tras mi conversión, me sentí culpable, con las manos sucias. Pero luego comprendí que el Señor me había perdonado", comenta. La carga de esos años le puso facturas en el camino. Hasta ahora han tratado de matarla tres veces.
Una vez llegó un hombre que se hizo pasar por creyente, pero sacó un revólver para liquidarla en el mismo patio de la casa donde ahora da alimentos a los más necesitados. "Le dije, allí donde estás parado te estás orinando de miedo". Le habló de lo que pretendía hacer y de que el Dios que a ella la había salvado podía darle a él la misma tranquilidad. A los pocos minutos el hombre abrazaba su nueva fe. En otra ocasión, el encargado de eliminarla era un hombre que se infiltró en la comunidad. Rosario recuerda el momento en que ella colocó su mano sobre él y sintió un fuego intenso pasando de su cuerpo hacia el de su atacante. Cayó convertido. El problema vino después, cuando ella lo descubrió dirigiéndose hacia unos ancantilados con la aparente intención de suicidarse. "Es que un proceso así desequilibra a cualquiera. Cuando uno está preparado para no creer, esto te deja sin piso. Luego aceptas tu fe y vuelves a empezar".

CONVERSIÓN
El día de su conversión, 4 de diciembre de 1971, Rosario venía de atacar a una mujer que estuvo a punto de delatar sus intenciones en la conferencia de Luis Palau. Esa noche no pudo dormir. Tuvo sueños apocalípticos sobre castigos divinos que arrasaban el Perú. "Me preguntaba: Che, dónde están tus consejos para evadir estos sueños", recuerda. Dos meses antes alguien le había regalado una Biblia que nunca había leído. La abrió en páginas que iban a darle frases estremecedoras de castigo y perdón. En los minutos siguientes tuvo su revelación: "Una luz bajó del cielo hasta mi choza. Vi un cuerpo envuelto en ropas blancas que bajaba del cielo. Tenía marcas en las manos y los pies. Eso fue una estocada que superó mis fuerzas".
En los años siguientes, Rosario trabajó activamente para su iglesia. Predicó su experiencia en pueblos del interior tanto como en Lima. Algunas veces tuvo testimonios de gente que se convirtió o recibió curaciones extraordinarias por su causa, aunque ella no quiere llamarlos milagros. "Cristo puede cambiar al corazón más perverso y al hombre más corrupto", asegura.
Mucha gente que la conoce ahora no sabe de esta historia. Hace 19 años que ella trabaja por los niños de Comas. También organiza talleres de carpintería, cerrajería y manualidades para padres sin trabajo. De hecho, tienen una carpintería donde se trabajan adornos para la venta. Sus comedores están desperdigados en cerros donde no pueden subir los carros, pero donde no faltan raciones en días de semana. La gente de la zona reconoce con gratitud esa pequeña revolución de la solidaridad que ha logrado levantar en estos años. Su misión está cumplida .

1 Comments:

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16 de febrero de 2013, 2:09 a.m.  

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